Por la Gracia de Dios
Es frustrante pensar que,
hagas lo que hagas, tu vida no va a cambiar; pero tú eres libre de esta
frustración, cuando entiendes que la transformación de tu vida depende de
varios factores. En 1 Corintios 15, Pablo nos habla acerca de la obra de
la gracia de Dios en su vida, y de cómo él, por esa gracia, también trabajó más
que los demás:
“9 Porque
yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado
apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. 10 Pero
por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para
conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de
Dios conmigo.” 1 Corintios 15:9-10
La gracia de Dios no te exime
del trabajo que tú tienes que hacer; pero una cosa es trabajar por gracia y con
gracia, otra, trabajar sin gracia. En una ocasión, Jesús sanó al siervo
de un centurión, un oficial romano; al igual que Pablo, el centurión no se
sentía digno de que Cristo fuera a su casa, pero comoquiera obtuvo su milagro.
Esto podría dar la impresión de que tú puedes vivir tu vida como mejor te
parezca, y a Dios no le va a importar; pero en ninguna manera esto es una
aprobación al libertinaje. Jesús no tomó en cuenta lo indigno del
centurión, como tampoco trabajó de primera intención con el pecado de la mujer
que fue encontrada en el acto del adulterio; Jesús trabajó con la condenación
que ella recibió. Él la liberó de la condenación de quienes la acusaban,
para entonces dejarle saber que no tenía que pecar más. El problema es
que la religión quiere que le digamos a la mujer lo pecadora que es – que nos
hace igual a los que la condenaron – para que entonces ella reciba el perdón y,
al ella sentirse perdonada, entonces sea libre de su pecado. Pero Jesús
no trabajó con el pecado de aquella mujer, sino hasta después de que le quitó
la condenación. Él le dijo: No hay quien te acuse, y yo tampoco; ahora
vete, y no peques más. Si ella pecaba otra vez, volvía a caer donde
estaba; pero Jesús eliminó la condenación de la mente de ella, para que pudiera
recibir el perdón y, de ahí, cambiar su vida.
La gente piensa que el mayor
problema de Dios es el pecado, pero Él trabajó con tu pecado dos mil años
atrás, en la cruz del Calvario. El mayor problema de Dios es tu mente, y
cómo tú te sientes contigo mismo y con Él, por causa del pecado. Por eso,
Jesús primero te libera, y luego te dice que no peques más. Jesús lo que
mira es la fe, pero eso no significa que Jesús apruebe aquello incorrecto que
tú estés haciendo. Lo que pasa es que Jesús no limita su poder de hacer
un milagro por lo que tú pienses, en tu condición pecaminosa. Eso es lo
que los religiosos hacen, condicionan el poder de Dios a lo que tú piensas o a
lo que ellos piensan de ti. Ellos quieren determinar si tú eres o no
digno; pero, si tú tuvieras que verte digno para recibir el milagro, ni podrías
ser salvo; porque, para tú ser salvo, tiene que activarse la fe, por encima de
tu pecado, para que tú creas que Él te perdonó. Y, luego de recibir el
milagro por fe –que es lo que se llama ser justificado por fe – entonces, tu
santificación es también por fe.
De la misma forma que el
evangelio activa tu fe para creer por encima de tu condición, el evangelio
provoca fe para cambiar tu condición. Y una cosa es tú cambiar tu
condición bajo una premisa religiosa obligatoria de cumplir con unos requisitos
para cumplir con los estándares de cualquier persona, y otra cosa es cambiar tu
condición, tus acciones, y santificar tu vida por la fe provocada por el
evangelio.
La persona que trata de
santificarse, si lo hace sin fe, lo hace para sentirse bien o quedar bien; pero
esto no es lo correcto. Tú no necesitas la aprobación de otros para que
Dios haga contigo lo que Él quiere hacer. Tú eres lo que eres, por la gracia
de Dios y porque – como Pablo – por esa gracia, trabajas.
Tú tienes lo que tienes por
la gracia de Dios y porque, por esa gracia, trabajas más que todos los demás; y
tu meta debe ser cada vez santificarte más, no para que otros te vean más
santo, sino porque no te queda más remedio porque tú quieres presentarte como
lo mejor, delante de Aquel que te despertó por su Palabra y te dio vida.
Tú tienes derecho a todo lo que tienes, aunque –como Pablo – tú pienses que
no. Pablo dijo que él era el más pequeño, como un abortivo, pero dijo
también que él era lo que era por la gracia de Dios, y no tan solo por la
gracia, sino porque él había trabajado en esa gracia.
Tu santificación, tu pureza
es necesaria, pero es necesaria después de que tú recibes tu justificación por
fe; y eres santificado por la misma fe que te justifica, porque con esa misma
fe es que tú trabajas en tu vida, para poder ser todo lo que Dios quiere que tú
seas. El problema es que la religión quiere trabajar con la
santificación, para creerse justos; y así no funciona el evangelio. El
evangelio despierta primero tu corazón para que tú creas que eres justo, y
entonces te hace santo, y trabajas desde ahí.
Cuando entregas tu vida al
Señor, tratas de ser mejor; pero tu santificación, aunque necesaria, no es por
obligación, sino por fe. Mientras más crezcas en el Señor, más puro debes
presentarte ante Él; y más poder viene a tu vida, cada vez que lo haces.
Dios te ama comoquiera, pero cuando vives por fe, vas ante el Señor a presentar
lo mejor de ti, aquello en lo que tanto has trabajado y por lo que tanto te has
esforzado, mostrando lo que, por fe, has aprendido; y Dios se complace de que
estés haciendo algo por agradarle a Él.
Mensaje
del Pastor Otoniel Font 19/04/2017
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