HUELLAS EN EL CARRO
Recuerdo que me llamaron a la
dirección y lo vi allí con su traje café, sentado en una banca demasiado
pequeña para él, con las manos entrelazadas, en medio de sus rodillas. Levantó
la mirada cuando me vio entrar y las cejas levantadas y la sonrisa agridulce
tenían mucho que decir. Esa mañana yo había pasado mis deditos grasientos por
todo el lado del carro recién lavado (al parecer, ese brillo impecable debía
ser experimentado con el tacto) y evidentemente, mi agenda y la suya no
concordaron. Su carro ha sido su herramienta de trabajo y es diligente en
cuidarlo. Pero yo sólo vi una textura irresistible. Él se sobresaltó y me
agarró la mano, me regañó molesto y se apuró a borrar mis huellas. Después
salió para el trabajo y mis hermanas y yo para el colegio.
Mi papá es un hombre de presencia
suave y amable. Jamás de gritos o groserías. Eso hacía que cualquier
manifestación siquiera un poco subida de tono se sintiera como una aplanadora
sobre el corazón. Seguramente él lo sabía, porque interrumpió su mañana de
trabajo para interrumpir la mía y más que nada, interrumpir el trayecto de la
aplanadora que desde la mañana seguía su recorrido destructor sobre mi memoria.
Llegó al colegio exclusivamente a
pedirme perdón. A eso. No puedo recordarlo o contarlo sin volver a llorar. Se
limitó a decirme que estaba arrepentido por haberme hablado así. No lo terminó
excusando su conducta con un “pero porfa no volvás a tocar así el carro recién
lavado. Vos no entendés que es mi herramienta de trabajo… o que tengo mil
problemas que no entenderías”… no lo hizo. Sólo lloró por haberme hecho sentir
como que el carro valía más que yo y que debía aclararlo ese mismo día conmigo.
Hoy por la mañana le escribí para
contarle que sigo agradecida con Dios por haberme entregado a él para ser
protegida por sus brazos y le conté cómo ese recuerdo es de mis favoritos. Él
no lo recordaba…
Suele ser así. Los momentos que
definen la vida de un niño no son registrados por el radar de los adultos que
miran otras cosas. Pero Dios va aclarando el camino hacia Él mismo, con
pequeños actos en los que rendimos nuestra debilidad. Es así como Él se va
revelando. La gran debilidad de mi papá en ese momento de furia, fue
transformado en uno de los mayores puntos de conexión conmigo, porque se
resistió al impulso de tener la razón. El orgullo es lo que va construyendo
muros entre nosotros y la obsesión con nuestra imagen es lo que destruye los
puentes; pero la humildad y la habilidad para ver nuestra maldad, reconociendo
el dolor que causamos… eso es lo que (contrario a nuestra intuición) produce
las más increíbles historias de amor, gobernadas por la gracia. ¡Desperdiciamos
demasiado nuestros fracasos! Si tan sólo escucháramos más la voz de Dios,
abriendo nuestras Biblias, sabríamos modelar la belleza de un Dios que no
entabló relación con sus niños al ser un papá rudo e intocable, sino al
volverse completamente vulnerable y que se dio en servicio de los que no lo
merecían.
Papás: no crean la mentira de que su
trabajo es ser fuertes todo el tiempo, porque entonces cuando fallen querrán
esconderlo, ya sea echando culpas a los lados o negando la realidad, y los
hijos vemos y al tiempo, crecemos… eventualmente, no hay manera de esconder las
grietas, pero eso no es una mala noticia, porque es precisamente a través de
ellas que podemos empezar a ver al Dios vivo, si ustedes admiten necesitarlo
tanto como a los niños que tienen a su cargo. Hoy veo a mi esposo y la relación
fuerte que tiene con nuestros cuatro hijos, y no se debe a que jamás falla,
sino a las veces que les ha pedido perdón sin excusarse y la determinación que
ha tenido de estar presente y de guiarlos modelando al Padre que ha le ha
tenido paciencia y extendido misericordia un millón de veces. Su fuerza como
papá está en no esconder su debilidad de Dios, ni de nosotros.
Mis huellas en su carro provocaron
una reacción que hubiera podido ser un recuerdo triste en mi mente, pero su
humildad y esfuerzo intencional por reconocer su error, lo convirtieron en una
de las huellas más tiernas de mi vida y una que estoy segura, hace a Dios
sonreír.
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